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23 de noviembre de 2025

Los chicos en las redes: ¿y si probamos con filmarlos menos y abrazarlos más?

La falta de conciencia sobre los límites en Internet permite que haya adultos capaces de transformar la tristeza de un hijo en un entretenimiento masivo. A lo mejor todavía podemos hacer algo

>La escena se repetía cada vez que Agus pedía ver la película. A diferencia de lo que pasaba con otras historias, no podía distraerme: debía estar pendiente porque había un momento en el que con todo disimulo me apuraba a adelantar el videocasette. Me partía el corazón, no quería que mi hijo de tres años viera la escena en la que Artax se hunde en el Pantano de la Tristeza. El joven guerrero Atreyu era por entonces su héroe y en esa escena se desespera porque no consigue salvar a su caballo blanco de las garras de la ciénaga. Los mirada entre asustada y abatida de Artax me abruma desde la primera vez que vimos juntos La historia sin fin, la película basada en la novela de Varios años después, cuando se estrenó El rey león, Agustín era más grande y ya entendía que todas las cosas tienen un principio y un final, también las vidas de las personas y de los animales. Aquella vez vimos la película en el cine, por lo que aún si hubiera querido protegerlo de la tragedia no habría podido hacerlo. Esa tarde nos conmovimos en estéreo.

Yo también era más grande y había comprobado que ninguna madre consigue aislar para siempre a sus hijos del dolor y que, en todo caso, se trataba de acompañarlo durante el descubrimiento de cada nueva tristeza y ayudarlo a procesar aquello que, aunque no tiene explicación, sucede igual.

Me acordé de aquella exagerada protección con la que me propuse evitarle el dolor a mi hijo hace poquito, cuando en el scrolleo habitual de la medianoche se me apareció un reel de Instagram que muestra a una nena chiquita sentada en pijama en una silla, atenta y algo tensa frente a la pantalla. El pijama es precioso, bien oscuro y con estampas de planetas de colores. En la mano derecha tiene una cuchara roja de plástico que no suelta en todo el rato, intuyo que es porque ahí descarga la tensión que le provoca lo que está mirando.

Viendo la escena más triste de la historia del cine por primera vez”, anuncia un breve texto que se recorta sobre la imagen de la nena rubia. Debajo, el caption garantiza que se trata del video más precioso que vamos a ver ese día. “Esta chiquita experimenta todas las emociones y nos lleva con ella durante ese paseo”, invita quien lo redactó.

Lo que la nena estaba viendo mientras la filmaban es la escena de la muerte de Mufasa en El rey león. Es decir, está viendo la muerte trágica de un padre, la impotencia de un hijo cachorro, la maldad de un hermano. Está viendo Hamlet, está escuchando acordes del Réquiem de Mozart y con esta tragedia está conociendo al mismo tiempo el amor por un hijo pero también la crueldad, el dolor, la ambición, la muerte y la orfandad. Está aprendiendo a reconocer el mal en los personajes de Scar y las hienas mientras advierte lo triste que es quedarse sin la mayor guía y crecer de golpe. Todo eso está viendo entre la ansiedad y la desesperación, mientras le habla al adulto que la acompaña. Lo hace casi sin quitar los ojos de la pantalla.

La nena, en realidad, habla en voz alta. Se pregunta muchas cosas y se ilusiona en vano: primero piensa que Scar, el león villano, va a ayudar a su hermano, el rey Mufasa y luego se consuela a sí misma cuando dice que seguramente Simba, el principito, va a poder salvar a su papá (así como antes su padre lo salvó a él de las garras de las hienas). Es una nena, necesita reponer un orden y confirmar que todo va a estar bien.

— ¿Qué le pasó a su papi? ¿Se cayó?

— Oh, está llorando… (entre pucheritos)

No vemos las respuestas de quienes la acompañan, sí sabemos en cambio que nadie va a ayudar a Mufasa y luego sabré que fue su padre quien, en lugar de abrazarla, decidió grabar la escena para subirla a las redes sociales. (Fue en una nota de Newsweek donde leí que había sido su padre quien la filmó y que el video fue originalmente posteado por su madre en 2022).

Antes de seguir, necesito aclarar algo.

Por supuesto que me conmuevo con las emociones de esa nena que tiene un nombre, se llama Rory. No se me ocurre nada más tierno que una criatura inocente descubriendo cómo actúa la maldad y cuánto duele perder a alguien amado. Quiero decir que alcanzo a ver en ella sentimientos por los que yo misma pasé y que más tarde vi en mis hijos en situaciones similares, de modo que soy capaz de entender que quien la filmó posiblemente sentía que estaba registrando una escena única para la historia familiar. A través de su celular, supongo que pensaba, podía convertir un momento clave de la vida de todos ellos en algo mucho más trascendente, en un documento.

Pero entonces, así como me emociono con esa nena y lo único que quiero es abrazarla y protegerla de la crueldad y la tristeza, me enojo con ese papá que la filmó porque no puedo dejar de pensar en ese gesto, en esa intención, la de alguien que graba a su hijita sufriendo mientras imagina un futuro posteo. En lugar de quedarse cerca de la nena que iba a ver por primera vez una escena que no olvidará, en vez de darle abrigo en un momento tristísimo, tomó distancia y la grabó. Es cierto, hay millones de personas sensibles que aún se emocionan al ver las reacciones de la nena. Pero hay una persona a la que nadie tuvo en cuenta ni le preguntó si quería emocionar a la humanidad: Rory.

El video me dejó pensando. No hay ahí nada de orden comercial (pienso en Los reyes de la casa, la inquietante novela de Delphine De Vigan sobre la explotación y la monetización infantil en las redes o, más recientemente, en ese adolescente argentino de 15, vestido de traje y con termo y mate en las manos, que le explica a la audiencia cómo hizo para ganar miles de dólares por mes). No se trata de eso sino de algo más profundo y a largo plazo, un cambio en la percepción y en la conducta de las personas.

¿El padre decidió poner esa película porque recordaba su propia tristeza al momento de verla y tenía curiosidad por saber cómo iba a reaccionar la nena? No solo no lo cuestiono sino que incluso podría entenderlo: si tantas generaciones quedaron marcadas con el trauma de las madres de Bambi y Dumbo, quienes fueron chicos en los 90 vivieron algo parecido con el padre de El rey león. Es natural que si queremos heredarles los gustos —la música, la literatura, el cine— es porque también nos entusiasma compartir emociones a través de algo que fue importante para nosotros. Finalmente, muchos aprendimos que la muerte existe a través de un cuento o de una película y es algo que muchos expertos recomiendan, además. Es cierto que en general sugieren ver una película como esta de Disney a partir de los 6 años y en ese momento, cuando la filmaban, Rory tenía apenas 2.

De todos modos, no creo que haya hasta ahí grandes cuestionamientos. Empiezan ahora:

Al rato tengo la respuesta, la encuentro rastreando información en la nota de Newsweek. La mamá de Rory, Kristin, le dijo a la revista que su marido decidió grabar el video cuando se dio cuenta de lo cautivada que estaba la nena por la película.

La nena tiene dos años. Esto es lo que más me perturba, creo: ¿estaba entonces él sentado con ella y en el momento en que comienza la estampida de las hienas — los que vieron la película saben de qué hablo— en lugar de protegerla tomó el celular y se puso a grabarla? ¿Cómo es posible que en un momento así tu cabeza esté más pendiente de un resultado —un buen posteo— que de cómo ser el mejor refugio posible para la tristeza que, sabés, va a sentir tu hija?

Desapego: Falta de afición o interés, alejamiento, desvío. Sinónimos de desapego: desinterés, frialdad, indiferencia, distanciamiento.

No puedo decir que nunca fuimos tan crueles como en el presente, sería impactante pero que sé perfectamente que no es cierto. Siempre fuimos crueles como especie aunque la mayor parte del tiempo los gestos no se amplificaban, eran a escondidas. No era algo para enorgullecerse. De hecho, fue por estos días que leímos la noticia de los Por historias atroces como ésta sabemos que siempre hubo gente dispuesta a infligir dolor o a disfrutar con el dolor ajeno, pero lo novedoso es la naturalización de la crueldad, a lo que se suma el exhibicionismo, que trasciende y se multiplica en el planeta cuando el combo llega desde diferentes esferas del poder.

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