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Santiago del Estero

6 de septiembre de 2025

¿Cómo educar en tiempos de inteligencia artificial?

Todos parecen concordar en que esas las tecnologías transformarán nuestras vidas, y lo que se debate es acerca de la velocidad del cambio y cómo evitar costos sociales negativos

>¿Hay una manera correcta de educar? La pregunta la hicieron los griegos hace más de dos milenios y medio y todavía no tenemos una sola respuesta, aunque al menos en lo que llamamos Occidente, desde entonces, cada generación y cultura han tratado de encontrarla, lo que no ha sido fácil, ya que incluso los propios griegos no se decantaron por una fórmula, desde el momento que sus ciudades-Estado nos legaron al menos dos caminos, Atenas y Esparta.

Todos parecen concordar en que esas nuevas tecnologías transformarán nuestras vidas, y lo que se debate es acerca de la velocidad del cambio y cómo evitar costos sociales negativos. Los optimistas nos aseguran que en la suma histórica no hay nada en el pasado, que nos permita afirmar que existirán menos empleos como consecuencia de estos avances, ya que junto con aquellos que se destruyen aparecen los nuevos que se crean, tal como ocurrió con la internet. Sin embargo, los pesimistas contraargumentan que la revolución de la inteligencia artificial es distinta a las anteriores, ya que el cambio será tan rápido y en tantos sectores, que esta vez la desaparición de empleos superará a la capacidad de la sociedad para crear nuevos.

El tema parece estar en todas partes, con preguntas para las cuales no tenemos todavía respuestas adecuadas. La primera es cómo se adapta el empleo y la rapidez con las que se modifican las competencias necesitadas por quienes se incorporan al mundo laboral. La segunda es una pregunta política en el mejor sentido de la palabra, cómo se regula la inteligencia artificial sin que al mismo tiempo se perjudique la innovación.

Las preguntas no se detienen allí, y una trascendente es si corresponde hablar de “inteligencia” y para lo que está teniendo lugar, quizás debiéramos usar otro término o desarrollar un concepto más adecuado, que refleje la diferencia entre máquinas y seres humanos. De hecho, en los albores de la masificación de la computación, también se usó el término “inteligencia artificial” para que después fuera abandonado (2). En otras palabras, la invitación es a preguntarnos si puede pensar una máquina o tenemos que usar un término o concepto distinto.

De lo que no hay duda, es que vivimos un verdadero cambio cultural, de aquellos que definen a toda una época, cambios históricos que prefiero llamar de “historia larga”, para diferenciarlo de un simple suceso noticioso, la “historia corta”. Lo digo para entender mejor lo que está pasando, ya que, si debiéramos buscar denominadores comunes para diferenciar épocas históricas, probablemente diríamos que en Occidente los factores teológicos definieron a la Edad Media de la Europa cristiana, los factores jurídicos a la Roma antigua y los cánones estéticos a la Grecia clásica, pero hoy es el rol de la ciencia y de la tecnología lo que define a nuestra cultura.

De hecho, los sistemas educativos tampoco se adaptaron del todo al cambio promovido por la computación, el internet y la sociedad digital. Aun antes, a principios del siglo XX la historia intelectual trajo consigo una novedad, la especialización, promovida esencialmente desde el sistema universitario. Con anterioridad, hasta fines del siglo XVIII se buscaba el conocimiento general, no el particular, y la filosofía estaba íntimamente ligada a la ciencia.

De hecho, la aparición de la computación y del teléfono inteligente quebraron el rol que había adquirido el profesor, equivalente al del Consejo de Ancianos de la sociedad primitiva, es decir, el de guardián del conocimiento, ya que era el anciano el que acumulaba conocimientos cual archivo, lo que fue traspasado al profesor en el aula. Sin embargo, ya a partir de la segunda mitad del siglo XX, los acumuladores más informados de conocimientos habían dejado de ser humanos, quienes cedieron su lugar a seres electrónicos.

Por ello, que tengamos más preguntas que respuestas no es malo, por lo que debe continuar el debate sobre si el teléfono inteligente debe ser desterrado de las aulas, y no repetir lo que ocurriera hace solo unas décadas, cuando no se continuó discutiendo si tenía importancia que las calculadoras de bolsillo reemplazaran en las aulas a la educación matemática basada en las operaciones básicas, sin embargo, esta desapareció de muchos lugares antes que se respondiera cuán bueno o malo era lo que estaba ocurriendo.

La pregunta hoy, desde el nivel básico al universitario, es si sirve preparar personas más especializadas cuando la información está disponible, y desde hace tiempo, al alcance de nuestros dedos o, por el contrario, debiéramos en vez de etapas cada vez más arbitrarias, buscar o intentar entender el mundo en que vivimos. Por lo mismo, es probable que haya más consenso en que sea más provechoso invertir más en el nivel básico que el universitario, ya que las diferencias de oportunidades realmente se marcarán al inicio de la formación más que al final de esta.

A veces la inteligencia aparece como espejo invertido de la habilidad, y nos encontramos así con distintos tipos de inteligencia, verbal, matemática, espacial, pero también se encuentra en la música y en el cuerpo, cuando uno piensa en los deportistas de élite, que también utilizan procesos de razonamiento para sus desplazamientos. Más aún, muchas veces es difícil separar a la inteligencia de sus raíces culturales, además de que distintos tipos de inteligencia han sido valorados de manera diferente a través de la historia.

Con el tiempo ocurre algo semejante, un reloj puede medirlo, pero no nos acerca a una definición precisa, carencia que puede extenderse también a la información, ya que sabemos cómo manipularla y procesarla, pero no sabemos cuál es la diferencia precisa entre ella y el conocimiento, como tampoco qué la separa del simple dato.

En otras palabras, cómo se educa mejor, si enseñando de todo o enseñando lo más importante, lo que a su vez está vinculado a cómo se compatibiliza la cultura visual con lo que aportan los libros, en el sentido de una alfabetización diferente que integre dos mundos que hoy parecen ir por caminos opuestos y alternativos. Por un lado, pantallas que proporcionan información en forma permanente durante toda la vida, pero unido a lo que Humberto Eco ha explicado en su defensa del libro (“Nadie acabará con los libros”, con Jean-Claude Carrière, 2010), que es insustituible para entender y dar sentido en una sociedad sobresaturada de datos, que además tiene la sensación creciente de que se está desinformando en vez de culturizarse. El error, lo que no ha funcionado hasta el momento es que no debe hacerse en días alternados, sino en simultáneo.

Al aparecer la IA, un cuarto desafío para la educación es cómo enseñar a procesar y manejar la información, no a acumularla. La razón es que ningún sistema educativo puede transmitir aun en toda una vida, lo acumulado en tan solo una especialidad, por lo que el verdadero objetivo del sistema es enseñar a entender, a explicar, a comprender, por lo que más que imponer verdades únicas, en la época de la llamada IA, siguen siendo seres humanos concretos, de carne y hueso, los que deben aprender a valorar y jerarquizar la información recibida.

Más aún, toda reorientación del proceso educacional necesita avanzar aún más en un mejor conocimiento del cerebro, en la distinción entre el hemisferio derecho y el izquierdo, entre las habilidades racionales y la imaginación e intuición, y a falta de ello, seguimos hablando en términos de etapas, de preescolar a superior, lo que parece ser aún más arbitrario en el contexto de las potencialidades que trae consigo la IA, sobre todo, en la necesidad de que la educación recupere el rol de formadora que tuvo durante tantos siglos en vez del de capacitadora laboral que es mucho más reciente.

Por todo ello, con relación a la pregunta de los griegos creo que toda política educacional debe tener dos pilares, el primero es la diversidad, abandonando toda rigidez, y el segundo, es que el sistema educativo debe educar, no necesariamente acreditar profesionalmente, lo que obliga a replantearse la idea de universidad que ha predominado durante tanto tiempo, ya que la profesión en época de IA pasa a ser una opción y no una obligación.

Entender que vivir, trabajar o prosperar no es ni puede ser la única meta de la educación, ya que hay un campo vital para el ser humano donde la tecnología es de secundaria importancia, la actitud crítica, es decir, lo que permite el avance y el descubrimiento de nuevas ideas, lo que no debe ser visto como una chispa repentina sino como una actitud, una forma de ser, que debe ser fomentada y pulida por el sistema educacional.

Para mejor educar, un campo fértil sería tener una actitud crítica frente al modelo vigente de ciencia, a través de una pregunta, si el cambio ha sido tan rápido y en tantos sectores, ¿Por qué entonces no debiera afectar también a esa actividad conocida como ciencia? Es decir, ¿es que aquí no estamos también en presencia de un cambio de paradigma?

Sin embargo, su principal enemigo es interno, y se hace ver cuando la hiperespecialización impide la visión global, cuando se impone la equivocada visión de que el todo se explica por el estudio aislado de las partes. En momentos que irrumpe la inteligencia artificial, la pregunta de la educación debe ser si el modelo vigente de ciencia es capaz de explicar en forma coherente y no fragmentada al mundo que nos ha tocado vivir.

El segundo libro se tituló “Educación, Ciencia y Tecnología. Reflexiones de Fin de milenio” (Santiago, Lom Ediciones. 1998, 139 pp.), colección de ensayos.

-Máster y PhD. en Ciencia Política (Essex U), Licenciado en Derecho (U. de Barcelona), Abogado (U. de Chile), excandidato presidencial (Chile, 2013)

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